viernes, 22 de agosto de 2008

CARTA XXXII: TU SENTIDO DE JUSTICIA

Agosto 12

Copito encantador:

Debo confesar que aún me sorprende tu defensa del co-merciante de la calle. Y no por el convencimiento con que actuaste, sino por esa actitud valerosa y enérgica que no te conocía. Apenas alcanzaba a imaginar tu cuerpo frágil, dueño de tanta fortaleza. Tu humanidad menuda, propicia a los cuidados, actuando como escudo.

Ya ves como opera la fortaleza del Estado. Débil con los fuertes y fuerte con los desvalidos. Al pobre diablo le decomisaron toda su mercancía. De nada valieron tus argumentos ni tu enojo. Sencillamente no tenía aquél derecho al uso del espacio público. Queda sólo el pesar por el hambre y las necesidades que ya estará pasando con toda su familia. No me atrevo sin embargo, a culpar como tú, a los pobres policías. ¿Obligados al cumplimiento estricto y ciego de las órdenes, que más opción tenían? Antes toleraron con estoicismo tus reclamos.

Ahí tienes la cotidiana ruptura entre la ley y el deber ser, entre lo moral y lo jurídico. ¿Qué vale más, un espacio despejado o el derecho de un hombre a alimentarse? Acaso hubo con su vecino mejor motivo para el decomiso. Sorprendido con copias de discos ilegales, a él también se lo llevaron. ¿Pero habrá justicia en ese proceder? Porque en ese delito hay más culpables: el que abusivamente copia, el que indebidamente compra y sobre todo los que codiciosamente fijan el precio del producto auténtico. Éstos, en procura de ambiciosos rendimientos marginan de su mercado al pobre, olvidan la función social del arte y favorecen las copias ilegales.

Pienso que el Estado habitualmente confabulado con quien tiene el poder y la riqueza no tiene interés en poner límites a la ganancia codiciosa. Y pensar que a un precio justo los discos originales estarían al alcance de todos los bolsillos y la rebaja se vería seguramente compensada con la mayor demanda.

En fin, no da para más el incidente. En conclusión eres una mujer justa y sensible. Y a nuestros ojos, que son más objetivos, pesa más la humanidad y el poder de la razón que cualquier medida intransigente.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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